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impregna al hombre del deseo y el anhelo de convertirse en un ciudadano perfecto y
le enseña a mandar y a obedecer, sobre el fundamento de la justicia".
Platón nos da aquí una fiel transcripción del sentido originario de la "cultura
general" según el espíritu de la primitiva polis griega. Verdad es que acepta, en su
contenido de la educación, la exigencia socrática de una técnica política, pero no
entiende por ello un saber especial análogo al de los artesanos. La verdadera
educación es, para Platón, una formación "general", porque el sentido de lo político
es el sentido de lo general. La contraposición entre el conocimiento real necesario
para los oficios y la educación ideal política, que afecta al hombre entero, tiene su
último origen, como vimos antes, en el tipo de la antigua nobleza griega. Pero su
sentido más profundo se halla en la cultura de la ciudad, puesto que en ella esa forma
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20 PLATÓN, Leyes, 643 E.
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espiritual es transferida a todos los ciudadanos y la educación aristocrática se
convierte en la formación general del hombre político. El estado-ciudad antiguo es el
primer estadio, después de la educación noble, en el desarrollo del ideal "humanista"
hacia una educación ético-política, general y humana. Es más: podemos decir que
ésta ha sido su verdadera misión histórica. La evolución posterior de la ciudad
primitiva hacia el dominio de las masas, condicionado por fuerzas completamente
distintas, no afecta de un modo decisivo a la esencia de aquella educación, puesto que
a través de todos los cambios políticos que hubo que sufrir, conservó su carácter
aristocrático originario. No es posible estimar su valor ni por el genio de los caudillos
individuales, cuya aparición depende de condiciones excepcionales, ni por su utilidad
para la masa, a la cual no puede ser transferida sin un efecto allanador sobre las dos
partes. El buen sentido de los griegos se mantuvo siempre alejado de semejantes
intentos. El ideal de una areté política general es indispensable por la necesidad de la
continua formación de una capa de dirigentes sin la cual ningún pueblo ni estado, sea
cual fuere su constitución, puede subsistir.
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VII. LA AUTOEDUCACIÓN DEL INDIVIDUO EN LA POESÍA JÓNICO-
EÓLICA
(117) LA NUEVA estructuración del estado, sobre la base común del derecho para
todos, creó un nuevo tipo de hombre, el ciudadano, e hizo de la acuñación de una
norma universalmente válida para la vida ciudadana la necesidad más apremiante
para la nueva comunidad. Pero así como el ideal de la primitiva sociedad noble halló
en la epopeya su expresión objetiva, y formularon, Hesíodo la sabiduría práctica de la
ética campesina y la ética del trabajo, y Tirteo las severas exigencias del estado
espartano, no hallamos a primera vista una expresión análoga del nuevo ideal del
ciudadano en la poesía de su tiempo. Como vimos, la cultura de la ciudad aceptó
gustosa los estadios anteriores de la educación y, con ello, puso a su servicio la alta
poesía como medio de expresión de sus propios ideales, del mismo modo que la
música y la gimnasia de la antigüedad aristocrática. No existe, pues, una creación
poética que incorpore su naturaleza peculiar y que pueda competir con la poesía del
pasado devenida ya clásica. Podemos mencionar tan sólo las historias relativas a la
fundación de determinadas ciudades, redactadas en un estilo épico convencional. Pero
ninguna de estas obras de la cultura ciudadana primitiva, ya escasas en número, se
eleva a la significación de una verdadera epopeya del estado, como lo fue, entre los
romanos, la Eneida de Virgilio, la última de las grandes obras de este género.
El ethos del nuevo estado halló su verdadera expresión revolucionaria no en la
forma poética, sino más bien en la creación de la prosa. Nada menos que esto
significa la promulgación de leyes escritas. La característica del nuevo estadio de
desarrollo de la comunidad humana se halla en el hecho de que la lucha para llegar a
la sumisión de la vida y la acción a normas ideales rigurosas y justas, se abre paso
con la mayor resolución mediante la consignación de sus preceptos en proposiciones
claras y universalmente válidas. La vehemencia con que fue sentida esta exigencia
moral relegó, al principio, a un segundo término la necesidad de una expresión
intuitiva y artística del nuevo hombre. El estado legal nace ya del espíritu racional y
no tiene, por tanto, ningún parentesco originario con la poesía. Los momentos
poéticamente fecundos de la vida de la ciudad se hallan ya agotados en Homero,
Calinos y Tirteo. La vida cotidiana de los ciudadanos, en toda su amplitud,
permanece necesariamente inaccesible a la elevación poética. Y el heroísmo de la [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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