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mi casa esta mañana, los hombres de Vordarian ocupaban todo el lugar. Pensé que todo
estaba perdido, aunque mis esperanzas renacieron cuando al caer la noche todavía se
encontraban allí. Si los hubieran encontrado, no habrían seguido buscándolos. Supuse
que lo mejor sería subir el trasero a la montura y salir a explorar un poco. No imaginé que
tendría tanta suerte.
Kly viró su caballo en el sendero.
 Venga, sargento, suba al muchacho.  Yo puedo llevarlo. Creo que será mejor que
usted se ocupe de mi señora. Está a punto de caer rendida.
Era demasiado cierto. Cordelia estaba tan agotada que marchó de buena gana hacia el
caballo de Kly. Entre los dos hombres la ayudaron a subir, y Cordelia se sentó a
horcajadas sobre la tibia grupa del animal. Se aferró a la chaqueta del cartero y todos
comenzaron a marchar.
 ¿Qué les ocurrió a ustedes?  preguntó Kly a su vez.
Cordelia dejó que Bothari respondiese, con sus oraciones breves aún más resumidas
por el peso del niño que llevaba sobre la espalda. Cuando le mencionó a los hombres que
habían oído por el respiradero, Kly soltó una carcajada, pero en seguida se llevó una
mano a la boca.
 Pueden pasar semanas antes de que salgan de allí. ¡Buen trabajo, sargento!
 Fue idea de la señora Vorkosigan.
 ¡Vaya!  Kly se volvió para mirarla por encima del hombro.
 Aral y Piotr parecen pensar que lo mejor es distraer al enemigo  le explicó
Cordelia . Por lo que sé, Vordarian cuenta con reservas limitadas.
 Usted piensa como un soldado, señora  dijo Kly con tono de aprobación.
Cordelia frunció el ceño desanimada. Vaya un cumplido. Lo último que deseaba era
comenzar a pensar como un soldado, a jugar según las reglas militares. Aunque la forma
irreal en que aquellos hombres veían al mundo resultaba muy contagiosa, y ahora ella
estaba inmersa en todo aquello. ¿Cuánto tiempo podría caminar sobre el agua?
Kly los condujo durante otras dos horas de marcha nocturna, desviándose por caminos
desconocidos. Justo antes del alba llegaron a una choza, o una casa. Su construcción se
parecía a la de Kly, aunque era más grande ya que le habían agregado varias
habitaciones. Una pequeña llama, como la luz de una vela casera, ardía en una ventana.
Una anciana salió a la puerta y les hizo señas para que entrasen. Llevaba puesto un
camisón y una chaqueta, y tenía el cabello trenzado sobre la espalda. Otro anciano,
aunque más joven que Kly, se llevó el caballo a un cobertizo. Kly se dispuso a ir con él.
 ¿Nos encontramos a salvo aquí?  preguntó Cordelia adormecida. ¿Dónde
estamos? Kly se encogió de hombros.
 Registraron la casa anteayer, antes de que enviara a mi sobrino político. Lo revisaron
todo de arriba abajo. La anciana emitió un bufido al recordar ese desagradable momento.
 Con las cavernas, todas las casas que aún no han visitado y el lago, pasará un
tiempo antes de que vuelvan aquí. Todavía están dragando el fondo del lago. Por lo que
he oído, han traído toda clase de equipos. Es un sitio tan seguro como cualquiera.  Se
marchó tras su caballo.
O tan peligroso. Bothari ya se estaba quitando las botas. Debían de dolerle mucho los
pies. Los de ella estaban hechos un desastre, tenía las zapatillas convertidas en harapos,
y los trapos que había atado en los pies de Gregor estaban completamente rotos.
Cordelia nunca se había sentido tan al límite de su resistencia, tan extenuada hasta los
huesos, aunque había realizado caminatas mucho más largas que ésta. Era como si su
embarazo truncado le hubiese drenado parte de su propia vida para pasársela a otro.
Cordelia permitió que la guiaran, que la alimentaran con pan, queso y leche, y que la
acomodaran en una pequeña habitación en un catre estrecho junto al de Gregor. Esa
noche creería que estaba a salvo, al igual que los niños barrayareses creían en Papá
Escarcha durante la Feria Invernal... sólo porque deseaba desesperadamente que fuese
cierto.
Al día siguiente un niño harapiento de unos diez años apareció de entre los bosques,
montado a pelo sobre el alazán de Kly.
El anciano hizo que Cordelia, Gregor y Bothari se escondieran mientras despedía al
muchacho con unas monedas, y Sonia, la sobrina de Kly, le entregó unos pasteles para
que se marchase más rápido. Gregor espió con anhelo tras una cortina mientras el niño
volvía a desaparecer.
 No me atreví a ir yo mismo  le explicó Kly a Cordelia . Vordarian tiene tres
pelotones en el lugar.  Emitió una risita . Pero el niño sólo sabe que el viejo cartero
está enfermo y necesita su caballo de relevo.
 No habrán interrogado a ese niño con pentotal, ¿verdad?
 ¡Oh, sí!
 ¡Cómo se han atrevido!
Los labios manchados de Kly se apretaron con simpatía ante su indignación.
 Si Vordarian no logra atrapar a Gregor, su golpe está predestinado al fracaso. Y él lo
sabe. Llegado a este punto, no hay mucho que no se atreva a hacer.  Se detuvo .
Dése por contenta de que el pentotal haya reemplazado a la tortura.
El sobrino político de Kly lo ayudó a ensillar eí alazán y a acomodar las alforjas. El
cartero se acomodó el sombrero y montó.
 Si no cumplo mi recorrido, al general le resultará casi imposible comunicarse
conmigo  les explicó . Debo irme. Ya es tarde. Volveré. Usted y el muchacho traten de
permanecer dentro de la cabaña, señora.  Encaminó su caballo hacia el bosque. El
animal se confundió rápidamente entre las malezas castaño rojizas del lugar.
A Cordelia le resultó demasiado fácil seguir el último consejo de Kly. Pasó la mayor
parte de los cuatro días siguientes en el catre. El monótono silencio de las horas
transcurría en medio de una bruma, como una recaída de la inmensa fatiga que había
experimentado después de la transferencia placentaria y sus complicaciones casi
mortales. Conversar no le proporcionaba ninguna distracción. La gente de las montañas
era casi tan lacónica como Bothari. Sonia la observaba con curiosidad, pero nunca le
preguntaba nada, excepto si tenía hambre. Cordelia ni siquiera sabía su apellido.
Darse un baño. Después del primero, Cordelia no volvió a pedirlo. La pareja de
ancianos trabajó toda la tarde para acarrear y calentar el agua suficiente para ella y
Gregor. Sus comidas simples requerían casi el mismo esfuerzo. Allí no había mecanismos
automáticos. Tecnología, la mejor amiga de cualquier mujer. A menos que la tecnología
se apareciese bajo la forma de un disruptor nervioso, empuñado por un soldado que
andaba tras uno, persiguiéndolo como si se tratase de un animal. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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