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importarle que Percy hubiera tenido la idea de la caja de cigarros ni que le hubiera dado algodón
para forrarla. El francs era como algunos perros; si se los patea una vez, no vuelven a confiar en
uno por agradable que se muestre en adelante.
An me pareca or a Delacroix gritar:
-Muchachos! Vengan a ver lo que es capaz de hacer Cascabel!
Y a continuación se formaba un tumulto de uniformes azules: Bruto, Harry, Dean, incluso
Bill Dodge. Todos se haban quedado atónitos con el truco, igual que yo.
Tres o cuatro das despus de que Cascabel comenzara a hacer el truco del carrete, Harry
Terwilliger encontró unos lpices de cera entre los materiales de artesana que guardbamos en la
celda de seguridad y se los llevó a Delacroix con una sonrisa tmida.
-He pensado que quiz te gustara pintar el carrete de varios colores -dijo-. Entonces tu
amiguito sera como un ratón de circo, o algo por el estilo.
-Un ratón de circo! -exclamó Delacroix, rebosante de alegra. Creo que se senta
autnticamente feliz, quiz por primera vez en su miserable vida-. Eso es lo que es! Un ratón de
circo. Cuando salga de aqu, me har rico con l. Ya lo vern.
Sin duda, Percy Wetmore habra recordado a Delacroix que cuando saliese de all lo hara en
una ambulancia que no tendra necesidad de hacer sonar su sirena, pero Harry calló. Le dijo al
francs que pintara el carrete lo mejor posible en el mnimo de tiempo, pues tendra que devolver
los lpices de cera a su sitio despus de cenar.
Del pintó el carrete, desde luego. Cuando terminó, un extremo era amarillo, el otro verde y
el centro rojo intenso. Nos acostumbramos a or a Delacroix anunciar a voz en cuello:
-Maintenant, m'sieurs et mesdames! Le cirque prsentement le mous' amusant et amazeant!
No era exactamente as, pero eso os dar una idea de su francs macarrónico. Luego emita
un sonido gutural, que segn creo pretenda imitar un tambor, y arrojaba el carrete. Cascabel lo
persegua de inmediato y lo empujaba con el hocico o con las patas. En el segundo caso, el truco
pareca realmente digno de un circo. Delacroix, su ratón y el colorido carrete eran nuestro principal
entretenimiento en el momento en que pusieron a John Coffey bajo nuestra custodia, y continuaron
sindolo durante un tiempo. Luego recrudeció mi infección urinaria, que haba permanecido
tranquila durante un tiempo, y llegó William Wharton. Fue como si alguien abriera las puertas del
infierno.
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Casi todas las fechas se han borrado de mi mente. Supongo que podra pedirle a mi nieta,
Danielle, que las buscara en los periódicos viejos, pero para qu? De todos modos, las ms
importantes -como el da que entramos en la celda de Delacroix y encontramos al ratón sentado
sobre su hombro o el da que William Wharton llegó al bloque y estuvo a punto de matar a Dean
Stanton- no aparecern en la prensa. Tal vez sea mejor que siga como hasta ahora. Al fin y al cabo,
supongo que las fechas no tienen mayor importancia si uno es capaz de recordar qu vio y en qu
orden lo hizo.
S que los hechos se precipitaron. Cuando me enviaron los papeles para la ejecución de
Delacroix desde el despacho de Curtis Anderson, me sorprendió ver que la fecha se haba
adelantado, algo que rara vez suceda, ni siquiera en aquellos das en que no era necesario remover
cielo y tierra para cargarse legalmente a un hombre. Segn creo, sólo eran dos das, del 27 al 25 de
octubre. No me tomis la palabra, pero era algo as, pues recuerdo que pens que Tuu iba a
recuperar su caja de cigarros incluso antes de lo previsto.
Wharton, por el contrario, llegó despus de lo esperado. Para empezar, su juicio duró ms de lo
que suponan los informadores habitualmente fiables de Anderson (en lo referente a Will Wharton,
uno no poda fiarse de nada, ni siquiera de nuestros mtodos para controlar a los prisioneros que
hasta entonces parecan probados e infalibles). Luego, una vez que lo encontraron culpable -al
menos en ese punto siguieron el guión- lo llevaron al Hospital General de Indianpolis para hacerle
unas pruebas. Al parecer, durante el juicio haba sufrido varios ataques lo bastante graves para que
se desplomara y agitara espasmódicamente, pataleando contra el suelo de madera. El abogado de
oficio alegó que Wharton padeca ataques epilpticos y que haba cometido sus crmenes en
momentos de enajenación mental, en tanto que el fiscal sostena que las supuestas crisis no eran
ms que la representación de un cobarde desesperado por salvar su vida. Despus de observar de
cerca los aparentes ataques epilpticos, el jurado decidió que eran falsos. El juez estuvo de
acuerdo, pero de todos modos ordenó una serie de anlisis antes de dictar sentencia. Sólo Dios
sabe por qu; quiz por simple curiosidad.
Fue un milagro que Wharton no escapara del hospital (tampoco nos pasó inadvertida la
irona de que Melinda, la esposa de Moores, estuviera en el mismo hospital al mismo tiempo),
pero no lo hizo.
Supongo que lo tendran rodeado de guardias y que el muchacho an conservara alguna
esperanza de que lo declararan incompetente a causa de la epilepsia, si padeca algo as.
Sin embargo, no fue as. Los mdicos no encontraron nada anormal en su mente, al menos
desde el punto de vista fsico, y William Billy El Nio Wharton fue enviado a Cold Mountain.
Debe de haber sido alrededor del 18, pues recuerdo que llegó dos semanas antes que John
Coffey y una semana despus de que Delacroix recorriera el pasillo de la muerte.
El da de la llegada de nuestro nuevo psicópata fue especialmente memorable para m.
Despert a las cuatro de la madrugada con un latido en el vientre y el pene hinchado y ardiente.
Antes de poner los pies en el suelo, supe que mi infección urinaria no se haba terminado de curar,
como yo haba deseado. Haba experimentado una breve mejora, pero eso era todo.
Sal al retrete para descargar la vejiga -aquello sucedió al menos tres aos antes de que
instalramos el primer cuarto de bao dentro de la casa-, pero cuando llegu a la pila de lea
amontonada en un costado de la casa, comprend que no poda aguantar ms. Me baj los
pantalones del pijama justo cuando comenzaba a salir la orina, y aquella meada estuvo
acompaada del dolor ms intenso que he experimentado en toda mi vida. En 1956 tuve una piedra
en la vescula, y s que la gente dice que es peor, pero comparado con aquel ataque ese clculo fue
como una leve indigestión.
Se me aflojaron las rodillas y ca pesadamente sobre ellas, rasgando el trasero de mi pijama
al abrir las piernas para mantener el equilibrio y evitar caer de cara en un charco de orina. Si no me
hubiera cogido de uno de los leos con la mano izquierda, all habra acabado.
Sin embargo, todo aquello podra haber sucedido en Australia o en algn otro planeta. Lo
nico que me preocupaba era el dolor; la parte inferior del vientre arda como si se estuviera
incendiando y mi pene -un órgano que sola olvidar, excepto cuando me procuraba el mayor placer
que puede experimentar un hombre- pareca a punto de derretirse. Mir hacia abajo, esperando ver
salir sangre de la punta, pero en su lugar observ un chorro de orina aparentemente normal.
Me cog del leo con una mano y me cubr la boca con la otra, intentando mantener la boca
cerrada. No quera despertar a mi esposa con un grito. Tuve la impresión de que nunca terminara
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