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al verla tan salvaje y tan indómita,
y debiste apretarle los ijares, 99
caiga de las estrellas justo juicio
sobre tu sangre, y sea nuevo y claro,
tal que tu sucesor le tenga miedo! 102
Pues habéis consentido tú y tu padre,
por la codicia de eso distraídos,
que el jardín del imperio esté desierto. 105
Ven y vé a Capuletos y Montescos, 106
Filipeschos, Monaldos, ah, indolente,
esos ya tristes, y estos con recelos! 108
¡Ven, cruel, ven y vé la tirania
de tus nobles, y cura sus desmanes;
verás a Santaflora tan oscura! 111
Ven y contempla tu Roma llorando
viuda y sola, llamando noche y día:
« Oh mi César, por qué no me acompañas?» 114
¡Verás lo mucho que se quieren todos!
y si a piedad ninguna te movemos,
ven y tendrás vergüenza de tu fama. 117
Y si me es permitido, oh sumo Jove 118
que por nosotros en cruz te pusieron,
¿es que has vuelto los ojos a otra parte? 120
¿o te estás preparando, en el abismo
de tus designios, para hacer un bien
que se escapa del todo a nuestra mente? 123
Pues llenas de tiranos las ciudades
están de Italia toda, y un Marcelo 125
se vuelve cualquier ruin que entra en un bando. 126
Puedes estar contenta, ah, mi Florencia,
por esta digresión que no te alcanza,
pues se las sabe solventar tu pueblo. 129
La justicia en su pecho muchos guardan,
y, prudentes, disparan tarde el arco;
mas tu pueblo la tiene en plena boca. 132
Muchos rechazan cargos oficiales,
mas tu pueblo solícito responde
sin ser llamado, y grita: «iYo lo acepto!» 135
¡Alégrate, porque motivos tienes:
tú rica, tú con paz, y tú prudente!
De si digo verdad, están las muestras. 138
Las Atenas y Espartas, que inventaron
las viejas leyes tan civilizadas
del bien vivir, hicieron débil prueba 141
comparadas contigo, pues que haces
tan sutiles decretos, que a noviembre
los que hiciste en octubre nunca llegan. 144
Hasta donde recuerdo, ¿cuántas veces
leyes, monedas, hábitos y oficios,
has mudado, y cambiado de habitantes? 147
Y si te acuerdas bien y lo ves claro,
te verás semejante a aquella enferma
que no encuentra reposo sobre plumas, 150
mas dando vueltas calma sus dolores.
CANTO VII
Los saludos corteses y dichosos
por tres y cuatro veces reiterados,
Sordello se apartó y dijo: «¿Quién sois?» 3
«Antes de que llegaran a este monte
las almas dignas de subir a Dios,
Octavio dio a mis huesos sepultura. 6
Yo soy Virgilio; y por culpa ninguna,
salvo el no tener fe, perdí los cielos.»
Así repuso entonces mi maestro. 9
Como queda quien ve súbitamente
algo maravilloso frente a él,
que cree y que no, diciendo «Es..., o no es...», 12
aquel así; después bajó los ojos, 13
y se volvió hacia él humildemente,
y le abrazó donde el menor se agarra. 15
«Gloria de los latinos, por el cual
mostró cuánto podia nuestra lengua,
oh prez eterna, del pueblo natal, 18
qué mérito o qué gracia a mí te muestra?
Si de escuchar soy digno tus palabras,
dime si acaso vienes del infierno.» 21
«Por los recintos todos de aquel reino
doliente, aquí he llegado -respondió-
y, enviado del cielo, con él vengo. 24
Perdí, no por hacer, mas por no hacer, 25
el ver el alto sol que tú deseas,
pues que fue tarde por mí conocido. 27
No entristecen martirios aquel sitio
sino tinieblas sólo; y los lamentos
no suenan como ayes, son suspiros. 30
Allí estoy con los niños inocentes
del diente de la muerte antes mordidos
que de la humana culpa fueran libres. 33
Con aquellos estoy que las tres santas
virtudes no vistieron, mas sin vicio
supieron y siguieron las restantes. 36
Mas si sabes y puedes, un indicio
danos, con que poder llegar más pronto
a donde el purgatorio da comienzo.» 39
Respondió: «Un lugar fijo no me han puesto; 40
y me es licito andar por todos lados;
te acompaño cual gu(a mientras pueda. 42
Pero contempla cómo cae el día,
y subir por la noche no se puede;
será bueno pensar en un refugio. 45
A la derecha hay almas retiradas;
si lo permites, a ellas te conduzco,
y te dará placer el conocerlas. 48
«¿Cómo es eso? -repuso- ¿quien quisiese
subir de noche, se lo impediría
alguno, o es que él mismo no pudiera? 51
Y el buen Sordello en tierra pasó el dedo
diciendo: «¿Ves?, ni siquiera esta raya
pasarías después de que anochezca: 54
no porque haya otra cosa que te impida
subir, sino las sombras de la noche;
que, de impotencia, quitan los deseos. 57
Con ellas bien podrías descender
y caminar en torno de la cuestra,
mientras que al día encierra el horizonte.» 60
Entonces mi señor, casi admirado, 61
«llévanos -dijo- donde nos contaste,
pues podrá ser gozosa la demora». 63
De allí poco alejados estuvimos,
cuando noté que el monte estaba hendido,
del modo como un valle aquí los hiende. 66
«Allí -dijo la sombra-, marcharemos
donde la cuesta hace de sí un regazo;
y esperaremos allí el nuevo día.» 69
Entre llano y pendiente, un tortuoso
camino nos condujo hasta la parte
del valle de laderas menos altas. 72
Oro, albayalde, grana y plata fina,
indigo, leño lúcido y sereno,
fresca esmeralda al punto en que se quiebra, 75
por las hierbas y flores de aquel valle,
sus colores serían derrotados,
como el mayor derrota al más pequeño. 78
No pintó solamente alll natura,
mas con la suavidad de mil olores,
incógnito, indistinto, uno creaba. 81
Salve Regina, sobre hierba y flores 82
sentadas, vi a unas almas que cantaban,
que no vimos por fuera de aquel valle. 84
«Antes que el poco sol vuelva a su nido
-comenzó nuestro guta el Mantuano -
no pretendáis que entre esos os conduzca. 87
Mejor desde esta loma las acciones
y los rostros veréis de cada uno,
que mezclados con ellos allá abajo. 90
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