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alba pienso ser atacado, y si V. E. no acelera sus marchas a toda costa
en auxilio de estas divisiones, pudiera tener un fatal resultado para el
país. El día 5 de mayo al amanecer fue en efecto atacado por fuerzas
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superiores dirigidas por Ordoñez y Morgado, los dos mejores militares
del ejército realista. Después de un reñido combate de algunas horas,
lleno de peripecias interesantes, en que toda la artillería patriota que-
dó desmontada, la victoria se declaró al fin por Las Heras, dejando el
enemigo en el campo casi toda su artillería (3 piezas), 250 fusiles y
como 230 hombres de pérdida entre muertos y prisioneros, con sólo la
pérdida por su parte ele 6 muertos y 70 heridos.
Este glorioso hecho de armas se llamó la batalla del Gavilán.
O'Higgins, que a la, distancia había oído los cañonazos de la batalla,
sólo llegó a tiempo para saludar al vencedor por su espléndida victo-
ria.
IV
Después de esto, O'Higgins tomó el mando del ejército Y Puso
sitio a Talcahuano.
El plan de Las Heras para dar el asalto a las fortificaciones de
Talcahuano habría dado probablemente el dominio de aquella impor-
tante plaza. La preferencia que se dio al plan del general Brayer, ro-
deado del prestigio que le daba la distinción que Napoleón hizo
siempre de su capacidad militar, costó al ejército un descalabro y la
pérdida de 400 soldados.
Las Heras, caballeroso como siempre, se prestó a ejecutar la parte
más peligrosa del plan de Brayer, mientras que éste, fuera del alcance
del tiro de cañón, estudiaba los progresos del ataque.
A la cabeza de su columna, a pie y con la espada desenvainada
debajo del brazo, marchó al ataque a paso de carrera, como un héroe
antiguo, y, bajo un fuego terrible de todas las baterías de la parte del
puerto, dio el asalto a la formidable posición del Morro de Talcahua-
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no, rellenando los fosos con salchichones, coronando el muro y arro-
llando al enemigo a la bayoneta. Es el único hecho de este género que
recuerda la historia americana.
Imposibilitado de forzar las líneas interiores del enemigo, malo-
grado el ataque del centro y aislado el triunfo obtenido por el extremo
opuesto, O'Higgins dio la señal de retirada. Las Heras la ejecutó con
una habilidad y sangre fría admirables bajo el fuego de una terrible
artillería, salvando a todos sus heridos, clavando los cañones de las
baterías españolas y conduciendo hasta a los prisioneros que había
hecho, dejando al enemigo atónito con su denuedo.
Este descalabro obligó a levantar el sitio, tocándole a Las Heras
cubrir la retirada del ejército.
Abierta de nuevo la campaña bajo la dirección de San Martín,
para batir al ejército realista considerablemente reforzado, los patrio-
tas fueron sorprendidos y deshechos en la noche del 19 de marzo de
1818. Las Horas fue el héroe de aquella triste jornada. Cuando todo
era confusión, él mantuvo el orden en el costado derecho que manda-
ba, reunió así a los dispersos y salió del campo del combate salvando
3000 hombres y 12 piezas de artillería, con los cuales hizo una retira-
da de 80 leguas, presentándose a San Martín, que lo recibió con los
honores de un triunfador. Bien lo merecía, pues se le presentaba como
Dessaix a Napoleón después de la primera derrota de Marengo, y po-
día decir: Hemos perdido una batalla, pero aún tenemos tiempo, de
ganar otra. Al abrirse en consecuencia las nuevas operaciones, Las
Horas, que había perdido su equipo en Cancha Rayada, no tenía casa-
ca que ponerse. San Martín, que no tenía ni veinticinco pesos de que
disponer, ordenó a su asistente diese a Las Heras la mejor casaca de su
valija. ¡La mejor casaca de San Martín estaba rota. En efecto, diecio-
cho días después, el 5 de abril de 1818, el ejército argentinochileno
obtenía la espléndida victoria de Maipo, una de las más notables y
completas de la guerra de la Independencia. Las Heras mandaba en
aquel día la derecha de la línea y a la cabeza de un batallón sostuvo un
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terrible combate, coronado por el éxito, tocándole al fin ser uno de los
que completaron la victoria a la retaguardia del enemigo.
V
Próxima a realizarse la expedición del Perú que meditaba San
Martín, la guerra civil que devoraba a la República Argentina, indujo
al Gobierno a llamar a, sí el Ejército de los Andes, para consolidar su
autoridad vacilante y dominar el desorden.
Las Heras se hallaba interinamente al mando del ejército.
San Martín, comprendiendo que la Revolución se perdía si tal re-
solución se llevaba a cabo, hizo renuncia del mando del ejército, diri-
giéndose por una nota a los jefes en atención a que el Gobierno
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