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porque conviene el secreto;
que quiero guardar respeto
a un señor que la desea:
dale a un amigo poder,
desposaráse con ella,
vendrás tú después a vella,
y llevarás tu mujer
sin gastos y sin rüido.
MARCELO: Dices bien, y escribir quiero
en este libro primero,
padres, nombre y apellido
para que el poder se haga.
Saca un libro de memorias y va escribiendo
MADRE: (Él ha venido al reclamo.
Ángela también me llamo.
La burla esta vez me paga).
MARCELO: ¿Ángela de qué?
MADRE: De Heredia.
(Ella Mendoza se llama
como su padre. ¡Qué trama
para urdir una comedia!)
MARCELO: ¿Y su padre?
MADRE: don Andrés
de Heredia. (Mi padre fue).
MARCELO: ¿Su madre?
MADRE: (El nombre diré
de mi madre). Doña Inés
de Soria. ¿Ya no lo sabes?
MARCELO: Preguntélo por no errar.
MADRE: (Vos veréis qué es engañar
mujeres nobles y graves).
MARCELO: Hecho está el apartamiento.
Con el poder vendrá luego
un notario.
MADRE: Es mi sosiego
este noble casamiento.
MARCELO: Yo te prometo, señora,
grandes albricias.
MADRE: No mandes
a tu hechura albricias grandes.
MARCELO: ¿Por qué no, si eres Aurora
de aquel sol que tú me das?
Roque, vamos.
ROQUE: ¿Es delito
preguntar lo que has escrito?
MARCELO: Eso después lo sabrás.
Vanse haciendo cortesía a ÁNGELA
MADRE: ¡Oh, cómo tiene embelecos
la corte en su confusión!
Estatuas los hombres son
que fantásticos y huecos,
sin sustancia y sin bondad,
no tienen más que apariencia,
y ansí la sabia experiencia
es crisol de la verdad.
ÁNGELA: ¿Cómo, madre? ¿Ya no quiere
desposarse?
MADRE: ¿Ha de querer
que el ardid de la mujer
al de los hombres prefiere?
Luego salgo.
Vase la MADRE
ÁNGELA: Dulce Amor,
que al alma vas por los ojos,
traeme a Carlos sin enojos;
afloja el arco al rigor.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: Ya lo traigo, en que me vi
de persuadirle rogando.
ÁNGELA: Buenas albricias te mando.
Sale CARLOS y vase GÓMEZ
CARLOS: Con violencia vuelvo aquí.
ÁNGELA: Carlos, aquél que se llama
verdadero enamorado
no ama bien si no ha estimado
la autoridad de quien ama.
De estimar suele nacer
no dar crédito al engaño,
procurar el desengaño,
y escuchar para saber;
que hay engaños aparentes,
y de amorosos recelos
nacen obstinados celos
y opiniones diferentes.
Alejandro estaba loco
porque se ve sin hacienda.
CARLOS: Al fin, ¿quieres que no entienda
lo que con las manos toco?
Este tiene la mujer
que contra la luz del día
niega rebelde, y porfía.
¡Y, en efecto, ha de vencer!
Sale don DIEGO
DIEGO: (Si habrá el amor mitigado
los favorables enojos
de aquellos hermosos ojos
de quien flechas ha tomado.
La cólera del amante
es como nube de mayo
que llueve, truena y da un rayo,
y se serena al instante.
Ve a los dos
Confïanza tan incierta,
¿cuándo en el mundo se ve?
No me han visto; dicha fue
no estar cerrada la puerta).
ÁNGELA: ¿Rompí, en efecto, los lazos
de tus engaños?
CARLOS: Ya creo
las verdades que deseo.
ÁNGELA: Toma en albricias los brazos.
Abrázanse
DIEGO: (¡Qué sea tan bestia yo
que creyese a esta mujer!)
ÁNGELA: Háblal[e], que puede ser
que no te diga de no.
Vase CARLOS
DIEGO: Lindamente se ha vengado
de los celos que le di,
sierpe libia, que hay en ti
veneno disimulado
entre labios de claveles.
Vuelve CARLOS a la puerta
¿Cuándo traidor cocodrilo
lloró en el margen del Nilo
con engaños más crüeles?
¿Ayer quejas en los labios,
ayer lágrimas y amor;
hoy abrazos, hoy rigor,
hoy desdenes, hoy agravios?
No me quejo que faltase
en ti amor, que en la mujer
ordinario suele ser.
Quéjome de que empezase...
ÁNGELA: ¿Qué infernal persecución
es la que en mi daño pasa?
¡Es Babilonia mi casa,
es abismo, es confusión!
¿De qué Nuncio de Toledo,
de qué hospital de Valencia
se han soltado, con violencia,
tantos locos? Ya no puedo
resistir los golpes fieros
de mi fortuna.
DIEGO: ¿Y querrás
disculparte, y negarás
tus abrazos lisonjeros?
Brazos traidores y bellos
diste a Carlos con amor,
y aun es la culpa mayor;
que le rogaste con celos.
ÁNGELA: ¿Qué te importa, hombre o demonio
sin ley ni buen crïanza?
DIEGO: Luego, ¿dirás que es venganza,
pues, llamarlo testimonio
no puedes?
ÁNGELA: Vete de aquí.
¿Qué? ¿No tuviese cerrada
yo mi puerta?
DIEGO: A mi pasada
dulce libertad volví.
Voyme, y dejo tu galán
con quien de mi amor te ríes,
pero advierte que me envíes
esas memorias que están
neciamente en tanto olvido.
ÁNGELA: ¿Qué me dices, monstruo fiero?
DIEGO: (Bien verá que ya no quiero,
pues mi cadena le pido).
Vase [don DIEGO]
ÁNGELA: ¿Hay tan oscura quimera?
Ya se fue, gracias a Dios.
CARLOS: ¿Dos veces, Ángela? ¿Dos?
¿Y de una misma manera?
¿A ver esto me has traído?
¿Fue lo pasado tan poco?
¿También don Diego está loco?
¿También su hacienda ha perdido?
¿No fue éste su caso, acaso?
Tú, crüel, lo pretendiste
porque sin duda creíste
que con tus celos me abraso.
¡Que vale para quien eres!
Acomete a irse y ásele de la capa ÁNGELA
ÁNGELA: Mira que aquéste don Diego
anda por mí sin sosiego,
pero yo...
CARLOS: Engañarme quieres.
"¡Ayer quejas en los labios!
¡Ayer lágrimas y amor!
¡Hoy abrazos! ¡Hoy rigor!
¡Hoy desdenes! Hoy agravios!"
¿No te dijo? Aquéstas son
palabras de pretendiente
o de quien agravios siente
porque está en la posesión.
Tira de la capa y vase
ÁNGELA: ¿Qué? ¿No me quieres oír
satisfacción a tu agravio?
¡Muero! ¡Desespero! ¡Rabio!
¡Oh, cómo cansa el vivir!
Vase [ÁNGELA]. Salen MARCELO, ALBERTO y un NOTARIO
MARCELO: Haráse este poder de la manera
que he dicho, y yo lo otorgo;
que en efecto me caso porque tengo
un hijo, y hele inquieto.
Quizá sosegará viendo casado
al que heredar espera.
ALBERTO: No eres tan viejo tú que andes errado,
Marcelo, en esa acción.
MARCELO: Advierte, Alberto,
que aunque eres novio sólo de prestado,
no te turbas. La madre está algo moza
y pudieras errar, pero trae tocas
de viuda, y fácilmente
conocerás su hija, sol de oriente.
ALBERTO: Advertido estoy. Bien, vamos notario.
MARCELO: Secreto es necesario.
NOTARIO: Sabrémosle tener.
Vanse [ALBERTO y el NOTARIO]
MARCELO: ¡Dichoso día!
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: Nació de mi crüel melancolía
horrendo monstruo, al fin. Nació mi daño.
¡Dichoso el que en extraño
imperio o mar se aleja,
y aquel paterno amor pone en olvido!
¡Dichoso el que se deja
la patria y varios reinos peregrina
sin ley ni disciplina!
MARCELO: Alejandro, ¿qué tienes?
ALEJANDRO: Una joya que yo, mísero loco,
con un vestido di (mi amor confieso),
y también la cadena de diamantes
hallé en un escritorio
de Isabela. ¡Ay, honor! ¿Por dónde vino?
Mi agravio aquí es notorio.
MARCELO: Investiguemos, pues, ese camino.
El caso es grave; disimula, hijo.
Toma dineros por si te conviene
hacer más diligencias.
Dale una bolsa
Yo, por mi parte, voy sin regocijo;
que el caso melancólico me tiene.
(Buscando esta experiencia
agora pienso ver si el sentimiento
le olvida de su juego y mocedades).
Vase [MARCELO]
ALEJANDRO: ¡Salid, salid verdades,
salid a plaza ya! ¿Si no dio Roque
la rosa de diamantes a doña Ángela
y a Isabela la dio? No es verosímil.
Y la cadena de diamantes, ¿cómo
a Isabela volvió si fue don Diego
aquél que la ha ganado?
Mi muerte sabré de él o mi cuidado.
Sale ROQUE
ROQUE: De don Pedro un recado
te espera.
ALEJANDRO: Di, ¿qué quiere?
ROQUE: Que en su casa
hay agora, señor, un grande juego,
y esquitarte podrás.
ALEJANDRO: Vete, demonio. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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