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retirarte unos días y curarte en salud antes de que caigas verdaderamente enfermo. Te lo
voy a arreglar todo... No te preocupes por nada, no te costará ni un céntimo. Pero tienes
que tomar el avión de Alburquerque esta tarde... La Fundación ha enviado un grupito de
trabajo a Nuevo México para hacer excavaciones en las grutas. Se trata de investigar por
qué el Homo sapiens estaba extinguido en el hemisferio occidental cuando llegaron los
amerindios. Pero tú ni siquiera tienes que ocuparte de sus trabajos - una sonrisa de
esperanza se dibujó en su rostro -. ¿Realmente no podrías ausentarte durante ocho
días...? Voy a llamar a Troy para arreglar el asunto con el periódico. Incluso te encargará
que le hagas un reportaje allí. Y te irás tranquilamente a tomar el sol y a hacer un poco de
ejercicio. A ver si así te olvidas por completo del doctor Mondrick - de nuevo tendió la
mano para descolgar el teléfono -. ¿Te podrías ir esta misma tarde si te reserváramos
plaza?
Barbee negó con la cabeza.
- ¡A mí no se me compra, Sam! De eso nada... No sé por qué quieres hacerme
desaparecer, pero a mí no se me quita de en medio de esta manera. No. Quiero
quedarme aquí y ver la función que vais a representar. Que a mí, además, me parece una
farsa.
Quain se levantó, gélido.
- El doctor Mondrick - dijo - decidió no confiar en ti, y de esto hace ya mucho tiempo.
Nunca nos dijo por qué razón. Puede que seas una excelente persona y puede que no lo
seas. Nosotros no podemos correr ningún riesgo... Lamento que no escojas la sensatez,
Will. Yo no he querido comprarte, como tú mismo dices, pero tengo que advertirte: ¡no te
metas en este asunto! ¡Déjalo, Will, apártate! Si tú no lo dejas por ti mismo, ya se
encargará alguien de apartarte. Lo siento, Will, pero así están las cosas. Piénsalo bien,
Will... Ahora tengo que dejarte - se levantó para abrir la puerta.
- Espera, Sam... Si pudieras darme aunque sólo fuera una razón convincente.
Pero Sam se había alejado sin añadir una sola palabra más.
Antes de meterse en su destartalado vehículo, Barbee se volvió para contemplar las
ventanas del piso alto, detrás de las cuales, en su pesadilla, había visto la llama azul de
los soldadores, mientras los obreros de Quain preparaban realmente la cámara blindada
para guardar la caja. El olor fétido había desaparecido, pero la perfecta consonancia entre
el sueño y la realidad le puso los pelos de punta...
Tuvo un momento de pánico. Se metió en el coche y arrancó. Al llegar a la carretera
nacional, ya se había calmado un poco. «¡Qué locura!» - se dijo -. Sin embargo, la imagen
de Quain, en quien se mezclaban una desesperación contenida, una pesadumbre
solemne y también el terror puro y simple, le había afectado profundamente.
Dio vueltas alrededor del campus hasta que se le agotó aquel espasmo de terror.
Luego se dirigió al centro de la ciudad. Todavía no era hora de telefonear a April. Aún
seguía trabajando para La Estrella y el expediente Walraven le esperaba en su mesa de
trabajo, en la redacción. Le repugnaba el enojoso trabajo de rehabilitar a Walraven. Y de
repente, sintió la imperiosa necesidad de visitar a Rowena Mondrick.
Se detuvo ante el edificio principal de tres pisos y ladrillos ocres. Dio la vuelta al
pabellón y entró en una sala umbría y silenciosa, inmensa, austera, opulenta como la
entrada de un banco. Era un templo consagrado al culto del gran Freud. Entregó su tarjeta
a una chica instalada tras un pupitre de caoba, que parecía una sacerdotisa.
- Vengo a visitar a la señora Rowena Mondrick.
El rostro de la chica le recordó el retrato de una princesa egipcia que había visto una
vez en el Museo. Tenía los ojos y pelo azules de puro negro, piel marfileña, cejas bajas,
perfil interminable...
La deidad recorrió un fichero negro:
- Lo siento mucho, señor, pero el nombre de usted no está en la lista. Hoy es imposible
visitar a la señora Mondrick. Si quiere volver otro día.
- ¿Quién es su médico?
- Ha sido ingresada esta mañana a las ocho y es una enferma del doctor Glenn.
- Entonces, anúncieme al doctor Glenn.
- Lo siento muchísimo, señor, pero el doctor Glenn no recibe nunca a nadie sin haber
concertado una cita previamente.
- La señora Mondrick es amiga mía, ¿comprende? Sólo quería saber cómo está.
- El reglamento prohíbe dar cualquier información sobre nuestros enfermos. Sin
embargo, la señora Mondrick se halla bajo la vigilancia personal del propio doctor Glenn.
Por lo tanto, está perfectamente atendida... ¿Quiere solicitar autorización para visitarla?
- ¡No, gracias...!
Buenas palabras y nada más. Barbee se alegró de volver al aire libre. ¡Otro intento
fallido! Quedaba April Bell. Casi era hora de llamarla. Le devolvería el lobo de jade blanco
y trataría de descubrir si April Bell había tenido también algún sueño extraño.
De pronto vio a la señorita Ulford. Estaba sentada en un banco, en la parada del
autobús. Aproximó el vehículo a la acera y la invitó a subir.
- Muchas gracias, señor Barbee - sonrió la enfermera, enseñando todos sus
amarillentos dientes -. Acabo de perder el autobús y no sé a qué hora pasará otro... Tenía
que haberle dicho a la señorita de recepción que me pidiera un taxi... Ya no sé ni lo que
hago. Estoy nerviosísima por lo que le ha pasado a la pobre Rowena...
- ¿Cómo está?
- Psicosis aguda es lo que ha puesto el doctor Glenn en la ficha. Ella sigue histérica. No
quería que me fuera, pero Glenn ha dicho que le dieran un calmante.
- ¿Y por qué...? ¿Qué es lo que tiene?
- Una obsesión y una idea fija, según dice Glenn.
- ¡Ah! ¿Y de qué tipo?
- Ya sabe cómo era ella, siempre con la plata. Glenn dice que es una obsesión. Y
desde anoche está peor. Esta mañana le quitamos todas las joyas que llevaba encima, y
la pobrecita, cuando se dio cuenta, se puso excitadísima. El doctor Glenn, para calmarla,
me autorizó a buscarle sus cosas y volvérselas a poner. La señora Mondrick me lo
agradeció vivamente y me ha dicho que la he salvado.
- Y esa idea fija, ¿en qué consiste? - preguntó Barbee.
- Yo no la comprendo. Quiere ver al señor Sam Quain por encima de todo, para decirle
no sé qué. No piensa en otra cosa y no quiere entrar en razón. No quiere telefonearle.
Tampoco quiere escribirle una carta. Ni siquiera confía en mí para llevarle la carta o
transmitir el mensaje al señor Quain. Me ha suplicado que vaya a buscarle y le traiga
personalmente. Me ha encargado que le diga que ella quería prevenirle. Pero le han
prohibido las visitas... ¡Qué pena! ¡Pobre Rowena! ¡Ciega y encima todo esto, cuando
apenas acaban de enterrar a su marido! Todavía está agitadísima. Nos ha pedido a todos
que cuidemos a Turco, su perro, ya sabe usted. Y ahora quiere que se lo traigamos para
que la proteja, ¡aquí en la clínica! El perro se escapó ayer y todavía no ha vuelto. El doctor
Glenn le ha preguntado por qué necesita que la protejan y contra qué, pero ella no ha
soltado prenda.
«Menos mal - pensó Barbee - que la señorita Ulford no puede adivinar lo que pienso.»
La dejó ante la casa de University Avenue y volvió a la ciudad. Faltaba muy poco para las
doce y mató el tiempo de espera hojeando el expediente Walraven. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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